Hubo un tiempo en mi vida en que atravesé circunstancias graves e incomodas y, por todo ello, me aleje de Dios: lo culpé y me enfadé con él.
Durante mucho tiempo viví alejada de él, tonta de mi!, creyendo que aquella actitud me dotaría de fuerza y autosuficiencia.
Pero todo era una gran farsa, inconscientemente determiné que me alejase de mi misma, de mis valores y principios, ello por cuanto medí las circunstancias que me atenasaban con la referencia de mis debilidades.
Años mas tarde volví a buscarle, pues sentía que no podía vivir tan alejada de él, y me introduje de nuevo en la iglesia, guiada nuevamente por la limitada y parcial interpetación que de su palabra realizan quienes moran en ella. Así fue que en pocas ocasiones le encontré allí.
En este último tiempo he depurado mi concepto de Dios; no necesito ya acudir al templo o a la iglesía para encontrarlo pues ahora lo encuentro y reconozco cada día, cada momento de vida, en mi misma, en los demás, en la naturaleza, en la sonrisa de los niños, en los animales, en el bien común, en toda la creación, en el silencio de mi verdadero yo y en la verdad del amor.