El alma no tiene edad. A pesar de nuestro cambio físico, nuestra alma nunca envejece ni muere, porque somos eternos, porque ante todos somos seres, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Si viviésemos sabiendo quienes realmente somos, experimentaríamos la verdadera noción de felicidad, aquella que nos confronta con nosotros mismos. Viviríamos en auténtica armonía unos con otros, sin miedo a nada, sin miedo a nadie, pues éste no existiría. Existe ahora, no permitiéndonos ser nosotros mismos, por tabúes y prejuicios que crecen como montañas, aún siendo granos de arena.
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